Con motivo de las fiestas de San Jordi y Día del Libro, presentaré la novela en la Casa de Aragón en Lleida.

Será en la CASA DE ARAGÓN, en Gran Passeig de Ronda, 4, 25002 Lleida

Será en la CASA DE ARAGÓN, en Gran Passeig de Ronda, 4, 25002 Lleida





Estoy muy agradecido a los artistas, presentadores y al entusiasta público asistente. Muchas amigas y amigos que merecen mi estimación.

Y sobre todo la presencia de mi hija de mi nieto Asher, que acudió a su primer acto literario.

GRACIAS A TODOS









Os incluyo alguna de las fotos que acompañan a la novela






No como combatiente, si como diplomático. Se interesará para que España ayude a los rebeldes de las Trece Colonias, primero con material y armamento, luego solicitando la intervención activa de la flota y los ejércitos reales y posteriormente en la firma del Tratado de Paz de París, que daría paso al nacimiento de los Estados Unidos y la recuperación y obtención de nuevos territorios para la Corona.

Peralada conoce a Benjamín Franklin en uno de lossalonnière de madame Marie-Thérèse Rodet Geoffrin en París.
Mientras conversábamos, madame se acercó con otro de los invitados. Al contrario que Voltaire el caballero era armoniosamente excesivo en carnes. Nos lo presentó como miembro de la Royal Society, secretario de la Sociedad Filosófica Americana, inventor y periodista.
—Benjamín Franklin, un bostoniano de las colonias británicas —dijo, madame Geoffrin, sabiendo que su amistad era el mejor pasaporte.
—Tenía ganas de conocerle míster Franklin, he oído hablar mucho de su experimento de la cometa hace cuatro años aquí en París y de su prodigioso invento posterior —dijo Voltaire.
—Encantado de saludarle caballero —añadí yo, mirando interrogante al grupo.
Dándose cuenta de mi involuntaria ignorancia, nuestra anfitriona le pidió al inventor que me contara su ensayo. Él se acarició la oronda barriga y se desabrochó dos botones más de su chupa gris para tomar resuello. Su papada se balanceó graciosamente al iniciar su explicación.
—Trataba de demostrar que los rayos son fenómenos eléctricos y para conseguirlo até una cometa con armadura de metal a un hilo de seda, en cuyo extremo colgué una llave también metálica. La hicimos volar al cielo de Francia un día de tormenta y la llave se cargó de corriente. Así pude demostrar que las nubes están cargadas de electricidad y los rayos son, a su vez, descargas eléctricas. Ya en Boston inventé un artilugio que capta los rayos y evita que causen desgracias, le he llamado pararrayos…


La amistad con Franklin se prolongará en el tiempo.

Se cuenta en la novela:
Mi contertulio de aquellas reuniones parisinas, el inventor y político Benjamín Franklin, natural precisamente de Boston, había llegado a Versalles para solicitar ayuda para los norteamericanos que luchaban con poca suerte frente a la delgada línea roja de las tropas coloniales británicas. Franklin había visitado a Aranda, pero quería que yo fuese su interlocutor en tan delicado asunto. Me satisfizo poder viajar a París acompañado de mi esposa. Durante nuestra estancia no se consideró prudente que residiéramos en la cancillería, los encuentros con Franklin serían lo suficiente delicados para que la embajada inglesa no husmeara y se pudiese crear un conflicto político.//
… Aquella mañana, recibimos respuesta de la Corte a las recomendaciones de Aranda y mías de apoyar a los rebeldes norteamericanos. El conde de Floridablanca nos apuntaba:
El destino de los intereses de las colonias nos importa mucho, y vamos a hacer por ellos todo lo que las circunstancias lo permitan.
Así que el reino de España decidió ayudar a los rebeldes. Dineros, armas, municiones, mantas y uniformes para las libertades y, por qué no decirlo, para fastidiar a Gran Bretaña, aunque el duque de Alba y a sus parientes ingleses no les haría gracia.,, //
… A finales de año tuve la mayor de las alegrías al ser informado de que los colonos americanos, habían tenido su primera gran victoria en Saratoga y que iban uniformados y portando los pertrechos que España les había proporcionado. Cañones y municiones españolas batieron al ejército inglés del general Burgoyne que tuvo que rendirse, mientras las tropas de los peninsulares liberaban Filadelfia.

Rendición del General Burgoyne tras la batalla de Saratoga, por John Trumbul.

La Marcha de Galvez. Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau.


Toma de Pensacola. Mayo de 1781. Por Ferrer Dalmau

Asalto de Fort George por los Granaderos del Regimiento de Luisiana y el Batallón de de La Habana, durante la toma de Pensacola. Por Charles McBarron Jr.
A partir de 1780 los independentistas avanzan en todos los frentes y en 1781 derrotan definitivamente a los británicos en la Batalla de Yorktown


La rendición de los británico no se hace esperar.
A partir de entonces se inician las negociaciones que conducen al Tratado de París de 1783, por el que se reconoce la independencia de las Trece Colonias.
Antes, Peralada negocia en nombre de España con Inglaterra.
Así se relata:
El recién nombrado Jefe de Gobierno, William Pitt, hijo, me recibió tan solo un par de días después de mi arribo. El joven primer ministro tenía solo veinticuatro años y era consciente de que una nueva etapa empezaba para Gran Bretaña. Pronto nos pusimos de acuerdo, tanto él como yo éramos partidarios de una paz rápida, teniendo en cuenta de que las Trece Colonias, estaban ya perdidas para su país. No tuvo inconveniente en devolver a España las dos Floridas y las costas de Nicaragua y Honduras, intercambiar otros territorios ocupados por ambas partes y ceder Menorca definitivamente, pero querían conservar Gibraltar por la que tanto habían padecido aquellos meses los defensores británicos. Redactamos en apenas una semana un borrador que yo llevaría a España. Se disculpó diciéndome que el rey Jorge III no podría saludarme, su estado de salud estaba empeorando. La extraña locura del rey Jorge, tenía preocupados a Pitt y a todo el país.

Así queda el nuevo reparto territorial.

Los representantes de Gran Bretaña se niegan a posar para el retrato final de la firma del Tratado y el cuadro de West queda para siempre inacabado.

Así quedaría el nuevo reparto territorial en Norteamérica.
Y así se explica en la novela:
Las reuniones previas con la delegación americana fueron del todo afortunadas. Los representantes John Adams, John Jay y Benjamín Franklin, me aseguraron que nunca olvidarían la ayuda de España a su independencia. No dudé de las palabras de los compromisarios de las Trece Colonias, pero pensé en lo que repetía el conde de Aranda aquellos días:
Esta república federal que nace pigmea, llegará un día en que crezca y se torne gigante, y un coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido y solo pensará en su engrandecimiento…
El día tres de septiembre en Versalles se firmaba el Tratado en el que se reconocía la independencia americana y, por separado, la paz entre Gran Bretaña y los reinos de Francia y España. Días más tarde se extendía la conciliación al ponerse fin a la guerra entre británicos y los Estados Generales de la República Holandesa. Cenando luego en la cancillería española en París, le expuse mis temores a Aranda.
—Al fin llega la tan deseada paz, Aranda. ¿Cuánto durará? ¿Cuánto tiempo pasará para que nuestros colonos imiten a los norteamericanos?
—Menos de lo que imaginamos, Ferran. La única solución sería desprendernos de todas las posesiones del continente, exceptuando las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, para que sirvan de escala o depósito para el comercio. España debe colocar a tres infantes en América, uno de rey de Nueva España, el otro de Perú y el tercero para el resto de territorios y su majestad Carlos quedar de emperador nominal de los tres reinos.
—La oportunidad para el infante Gabriel —dije, pensando en voz alta.
—La oportunidad para que España siga siendo poderosa. Y despedirnos de nuestra vieja enemiga, Inglaterra…

Tratado e Paz de París del 3 de septiembre1783

Washington cruzando el Delaware. Por Emanuel Leutze.



LA ESCLAVITUD
La esclavitud en la segunda mitad del siglo XVIII, momentos por los que transcurre la novela, era una dolorosa realidad. No solo era común e indecente en las colonias, en las metrópolis europeas estaba a la orden del día. Desde los más diversos usos en los palacios y en las mansiones nobles hasta en la explotación minera, pasando por trabajadores del campo, galeotes, ayudantes en los ejércitos, prostitutas puestas a trabajar por sus dueños y un sin fin de trabajos, cientos de miles de esclavos, millones si contamos los que recalaron en tierras americanas, fueron arrancados de sus hogares y condenados a la servidumbre obligada.



El conde de Peralada lo vive en la novela:
Mi vida en Portugal fue el despertar de los sentidos, la obertura de la sinfonía de la existencia. La residencia del embajador, es decir, mi padre, era espaciosa y tan anciana como la propia Lisboa. Una docena de sirvientes cubrían las necesidades del plenipotenciario español y también las mías, falto de cariño materno y de los familiares estíos mallorquines. Para esos menesteres de ternura, si así pueden llamarse, el rey José I de Portugal obsequió a mi padre con dos singulares esclavas mulatas brasileiras madre e hija para que me cuidaran. Un detalle que muy pronto agradecerían ambas, pues el trato recibido en nuestro hogar era infinitamente mejor que el que recibían en el Paço de Ribeira. Sabido es que los portugueses tratan peor a sus cautivos, incluso a los de la servidumbre palaciega, que en España. Pasada la época de los Austrias, en la que gustaban ambas cortes de tener esclavos deformes y enanos que dieran cierto toque morboso y lúdico a sus salones, ahora, la moda al estilo francés exigía hacer alarde de siervos de color de ambos sexos provenientes de las colonias de ultramar. Se les traía a la metrópoli de pequeños y se les educaba en la conveniencia de que sirvieran a la nobleza, incluso a la realeza y con la educación necesaria para no desentonar en los ambientes palatinos; sin perder, en la mayoría de las ocasiones, su condición servil, aunque compartieran lecho con sus amos… y dueñas. Entre los cortesanos se puso muy de moda tener asistentes de color, palafreneros mulatos elegantemente vestidos con librea; exóticos africanos de ébano empleados de cocheros o caleseros, embutidos con casaca y calzón blanco ajustado que destacara su naturaleza. Para las damas y los niños de alta alcurnia, incluidos los infantes, era obligada la posesión de alguna doncella mulata vestida a la criolla que llamara la atención a invitados y deudos. Todas las grandes naciones permitían y ejercían la esclavitud, pero Portugal y también España, estaban a la cabeza del más vil de los comercios para destinar la mayor parte de esta siniestra mercancía a las plantaciones de ultramar a las explotaciones mineras y como galeotes. Un siniestro y antiguo criterio popular aseguraba que la diferencia entre esclavos negros y musulmanes estribaba en que los primeros eran considerados como niños grandes, torpes y absurdos, pero sin malicia; en cambio los turcos, argelinos o tunecinos se les imputaba falta de lealtad y tendencia a la traición.

Pero no solo se trataba de esclavos africanos, musulmanes norteafricanos y turcos prisioneros eran esclavizados y a su vez el imperio turco y sus provincias sometían a los prisioneros cristianos a la misma infamia.
En la novela, Peralada conseguirá liberar a los prisioneros de la colonia genovesa de Tabarka y obtener de Carlos III permiso para instalarlos en la isla de Nueva Tabarca, frente a la costa española de Alicante a pocos nudos de Santa Pola.

