Costumbrismo en la novela

Sinfonía Azul Prusia (Crónicas del conde de Peralada) Trascurre durante la segunda mitad del Siglo de las Luces y pretende situar a los lectores en el costumbrismo social de aquel tiempo.

Vestimenta.

Fotos de internet de grabados y cuadros de autores de la época.

Monedas:

La acción transcurre durante los reinados en España de Felipe VI y Carlos III

Cuatro escudos de oro de Felipe V, primer Borbón y padre de ambos reyes

Fernando VI Ocho escudos

Fernando VI Medio Escudo
Carlos III

LOS DUELOS

Más rehusar el desafío es mengua de un caballero.

La Fénix de Salamanca de Antonio Mira de Amescua

Los duelos entre caballeros se regían por códigos de honor, casi siempre respetados por los contendientes. Cualquier agravio podía ser razón para un duelo formal en cualquier escondida dehesa o en escuro callejón. Si bien los siglos XVI y XVII fueron prolijos en desafíos y combates personales, en el siglo XVIII, pese a prohibiciones, se continuó lavando las ofensas con espadín o pistola de duelo en mano. El siglo XIX todavía heredó la costumbre del salvar la honra a base pistoletazos.

Sinfonía Azul Prusia es prolija en estos desafíos puesto que Ferran Rocabertí, consumado espadachín, acostumbra a resolver sus asuntos de honor y sus querellas con su espadín Aurora, para desgracia de sus adversario

No fue el único regalo de mi aniversario. Mi padre me obsequió con un espadín especialmente diseñado para mí, era una flamante y hermosa Colichemarde con la que vestir mi cinto y seguir con el aprendizaje del manejo de la finta y de la estocada. Era brillante y argenta cual un rayo lunar. La guarnición era totalmente en plata Vermeil, artísticamente grabada y calada. El puño de madera, estaba cubierto por una triple y bella combinación de torzal, alambre y lámina sobredorada.
      —Piensa siempre antes de utilizarla, Fernandito —dijo.
      La agarré por el puño artesonado. Su peso, por los detalles de la empuñadura, era algo superior a las que utilizaba en mis prácticas con Mateus y eso aumentaba su capacidad de equilibrio en la embestida. La hoja con una inscripción en su parte ancha anunciaba en su leyenda: Como el diamante y la libertad, es decir dura y ligera como la gema y hermosa tal que la propia voluntad.
       —¿Cómo vas a llamarla?  —preguntó.
       —Aurora, como la diosa griega del amanecer.
       —Y ahora dime el porqué de tan bello nombre…
       —Porque el que a ella se enfrente, ya no verá el próximo día.
       La carcajada de mi padre me hizo sonreír. Él no sabía que mi proclama infantil iba a ser una triste verdad para muchos infelices.

Sinfonía Azul Prusia (Crónicas del conde de Peralada)

Fragmento de la novela

Los salonnière

Los salonnière parisinos tuvieron gran importancia en los finales del siglo XVII y todo el XVIII. Sus grandes impulsoras son damas nobles con el objeto de socializar y promover conocimientos literarios y artísticos. En un ambiente de tolerancia y buen gusto, las anfitrionas promovían encuentros sociales y se convertían en verdaderas «reinas» de los mentideros cultos, plenos de retórica y sensibilidad.

Loa más brillantes, pensadores, artistas y poetas del momento, tanto masculinos como femeninos, se reunían para cambiar impresiones, impartir conocimientos y elevar el diálogo a la categoría de arte. Los más importantes del momento que le tocó vivir en París a Ferran Basili de Rocabertí, IX conde de Peralada. Alguno de los más notables fueron los de madame de Geoffrin, una verdadera femme savante,  mujer muy ilustrada, de gran inteligencia y según decían las malas lenguas, de exagerada ambición o el de la escritora madame de Tencin madre del enciclopedista y matemático Jean d’Alembert.

Pero hubo otros de igual reputación:

Pronto estos salones tuvieron su eco en Barcelona, Madrid y otras ciudades europeas promoviendo la libertad, la tolerancia y el triunfo de la razón.

Peralada recorrió todos ellos y entablo amistad con las mejores literatas, pintoras y artistas del momento.

Estos salones fueron el espejo de la ilustración, del triunfo de la razón… y, sin pretenderlo, la semilla de la Revolución.

La fiesta hípica de las Parejas Reales

La doma de caballos, el uso de coches tirados por cabalgaduras, las diligencias y los viajes a lomos de corcel, incluso los regimientos de caballería y sus cargas fueron contemporáneos de nuestro conde que era un consumado jinete.

Si algo hay que destacar fue la fiesta de la Parejas Reales. Se cuenta en la novela:

Observé en rededor cómo se preparaban doce pares de caballeros para la magna exhibición. En la plaza, acondicionada para el acto, esperaban las cabalgaduras engalanadas la llegada de sus jinetes. Los corceles descubrían su nobleza bufando al tiempo que se sometían relajados al sirviente que les sujetaba las bridas. Los animales mostraban sus cuellos hacia adelante y bajos en señal de aguardo y algunos movían sus cuartos delanteros levantando la arena de aquel improvisado escenario. Sus estampas eran inmejorables, estaban más que educados para ofrecer un gran espectáculo de arte ecuestre. Esta parsimonia en la espera también era una cuestión de doma. El caballo es un animal de naturaleza nerviosa que demuestran con dinámicos movimientos de cabeza, el llamado pajareo, que tiene que ser pausado y no demasiado acentuado y eso lo corrigen los buenos montadores desde la crianza. Un equino en exceso nervioso puede contagiar a todos los demás. Ese no era el caso en cabalgaduras educadas en las normas de equitación de las escuelas andaluzas, solo una mala monta o un centauro poco ducho podían deslucir la parada. Decían los árabes: Al mozo ligero arroja de sus lomos, y al que se aferra con todo su peso, desviste.

y prosigue:

Aparecieron los jinetes formados en cuatro grupos de a seis, el orden de las parejas lo era por mayor cercanía con la familia real, por lo que, a falta de herederos, mi invitador encabezaba la lúdica procesión. Los equinos lucían engalanados con toques de oro y plata en los arreos, lazos en las crines y adornos en las sillas. Se escuchó una estruendosa ovación, que solo se apagó en cuanto los músicos iniciaron la melodía que acompañaría aquel ballet ecuestre. La peculiar simbiosis de caballero y montura, demostrarían el nivel de doma de aquellos nobles brutos y la pericia de los nobles blasonados, algunos más tiernos con sus caballos que con su propia familia. Las notas de la suite con una coreografía compuesta por una serie de contradanzas adaptadas a los pasos de los equinos detonaron en el cielo de Aranjuez, como si aquel sitio hubiese sido creado para ser cantado.

LA ESCLAVITUD

La esclavitud en la segunda mitad del siglo XVIII, momentos por los que transcurre la novela, era una dolorosa realidad. No solo era común e indecente en las colonias, en las metrópolis europeas estaba a la orden del día. Desde los más diversos usos en los palacios y en las mansiones nobles hasta en la explotación minera, pasando por trabajadores del campo, galeotes, ayudantes en los ejércitos, prostitutas puestas a trabajar por sus dueños y un sin fin de trabajos, cientos de miles de esclavos, millones si contamos los que recalaron en tierras americanas, fueron arrancados de sus hogares y condenados a la servidumbre obligada.

El conde de Peralada lo vive en la novela:

Mi vida en Portugal fue el despertar de los sentidos, la obertura de la sinfonía de la existencia. La residencia del embajador, es decir, mi padre, era espaciosa y tan anciana como la propia Lisboa. Una docena de sirvientes cubrían las necesidades del plenipotenciario español y también las mías, falto de cariño materno y de los familiares estíos mallorquines. Para esos menesteres de ternura, si así pueden llamarse, el rey José I de Portugal obsequió a mi padre con dos singulares esclavas mulatas brasileiras madre e hija para que me cuidaran. Un detalle que muy pronto agradecerían ambas, pues el trato recibido en nuestro hogar era infinitamente mejor que el que recibían en el Paço de Ribeira. Sabido es que los portugueses tratan peor a sus cautivos, incluso a los de la servidumbre palaciega, que en España. Pasada la época de los Austrias, en la que gustaban ambas cortes de tener esclavos deformes y enanos que dieran cierto toque morboso y lúdico a sus salones, ahora, la moda al estilo francés exigía hacer alarde de siervos de color de ambos sexos provenientes de las colonias de ultramar. Se les traía a la metrópoli de pequeños y se les educaba en la conveniencia de que sirvieran a la nobleza, incluso a la realeza y con la educación necesaria para no desentonar en los ambientes palatinos; sin perder, en la mayoría de las ocasiones, su condición servil, aunque compartieran lecho con sus amos… y dueñas. Entre los cortesanos se puso muy de moda tener asistentes de color, palafreneros mulatos elegantemente vestidos con librea; exóticos africanos de ébano empleados de cocheros o caleseros, embutidos con casaca y calzón blanco ajustado que destacara su naturaleza. Para las damas y los niños de alta alcurnia, incluidos los infantes, era obligada la posesión de alguna doncella mulata vestida a la criolla que llamara la atención a invitados y deudos. Todas las grandes naciones permitían y ejercían la esclavitud, pero Portugal y también España, estaban a la cabeza del más vil de los comercios para destinar la mayor parte de esta siniestra mercancía a las plantaciones de ultramar a las explotaciones mineras y como galeotes. Un siniestro y antiguo criterio popular aseguraba que la diferencia entre esclavos negros y musulmanes estribaba en que los primeros eran considerados como niños grandes, torpes y absurdos, pero sin malicia; en cambio los turcos, argelinos o tunecinos se les imputaba falta de lealtad y tendencia a la traición. 

Pero no solo se trataba de esclavos africanos, musulmanes norteafricanos y turcos prisioneros eran esclavizados y a su vez el imperio turco y sus provincias sometían a los prisioneros cristianos a la misma infamia.

En la novela, Peralada conseguirá liberar a los prisioneros de la colonia genovesa de Tabarka y obtener de Carlos III permiso para instalarlos en la isla de Nueva Tabarca, frente a la costa española de Alicante a pocos nudos de Santa Pola.

Continuará con más usos y costumbres de la época…